jueves, 8 de abril de 2010

MANIQUEOS

En el año 215 de nuestra era nació Manés, de la familia persa de los Harkanidas. A los 25 años de edad dijo haber recibido órdenes de un ángel y afirmó ser el Paráclito anunciado por Jesucristo. En el fondo su agnosticismo le impulsaba a mezclar toda clase de libros santos, y tan pronto se apoyaba en la autoridad de la Biblia, como citaba a los Vedas, al Avesta o a San Pablo. Su credo era dualista, como Zoroastro, aunque explicaba la lucha entre el Bien y el Mal por una decisión de Dios, el cual, deseando aniquilar al príncipe de las tinieblas y, no pudiendo hacerlo por medio de sus ángeles, por tratarse de seres pacíficos incapaces de luchar, había creado el Hombre a quien había ordenado combatir al diablo y al mal. Según Manés hay un número fijo y determinado, aunque desconocido por nosotros, de elegidos. Sólo éstos se salvarán. Los perversos serán precipitados al infierno donde sufrirán horribles torturas. La predestinación es, pues, un hecho contra el cual nada podemos, pero el desconocimiento de si nosotros somos los elegidos debe impulsarnos a obrar siempre el bien. Para imitar o parodiar más a Cristo, se rodeó de doce apóstoles y fundó una Iglesia de base cristiana aunque claramente herética. Fue protegido por el rey Sepor I y la doctrina maniqueísta se extendió por Asia Menor, norte de Africa y España, ganando Francia en tiempo de los albigenses, que fueron una variante de los maniqueos. Como se ve, las religiones aparecidas hace unos veintiséis siglos en la antigua Persia, poseían una fuerza expansiva impresionante, debida, en parte, a su semejanza con el cristianismo y a haber surgido, sobre todo el maniqueísmo, en época posterior a la predicación de Jesús, cuando la Iglesia se hallaba en vías de formación y la introducción de una doctrina herética resultaba aún posible.

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