jueves, 8 de abril de 2010

EL GAUTAMA BUDA

El príncipe Sidarta o Gautama había nacido en un palacio y su infancia transcurrió rodeada de toda clase de placeres y lujos. Vivió sin conocer ninguna de las cosas desagradables de la vida, y el espectáculo del dolor, de la enfermedad o de la muerte, fue velado a su contemplación. La primera vez que acudió al templo los dioses cayeron de sus pedestales y la Tierra tembló porque había entrado el elegido en el santuario. Al contraer matrimonio con la hermosa Gopa, acudieron más de trescientos príncipes a su palacio y durante largos meses compitieron con Gautama en todas las artes, ciencias y juegos, resultando siempre vencedor el príncipe Sidarta. La vida habría transcurrido para él como en un vulgar cuento oriental, si el príncipe no tropezara un día con las "cuatro verdades". El hecho ocurrió yendo de paseo en su coche; se encontró sucesivamente con un enfermo, con un anciano decrépito, con un entierro y con un monje entregado a la meditación. Había hallado el camino de la verdad y desde entonces abandonó toda clase de placeres y se entregó a durísimas penitencias, durante las cuales permanecía inmóvil, su cuerpo se cubría de un sudor frío y su alma se hallaba en trance de abandonar esta vida mortal. Era tal la dureza extremada consigo mismo que un día Maya, su madre, descendió de los cielos para preguntarle si deseaba morir antes de haber hallado la "iluminación". Comprendió entonces que debía mitigar el rigor de su ascetismo y emprendió la vida normal, pero enteramente transformado. Desde aquel instante fue, no el príncipe de vida regalada, sino el Buda, simplemente. Su filosofía se funda en las cuatro verdades: La verdad del dolor, porque todo en la vida es dolor y éste nace del ansia de querer.
La verdad del sufrimiento por el dolor. Solamente dominando los deseos se consigue dominar el dolor. La verdad sobre la supresión del dolor. Imposible de lograr si no es con la muerte definitiva. La verdad del camino de santidad. Que sólo se puede hallar por la meditación del destino y la práctica de la piedad. Después de seis años de privaciones y aislamiento pudo exclamar: El corazón libre ha conseguido matar todos los deseos. Buda, el Iluminado, comprendió que todos los males radicaban en la ignorancia de las cuatro verdades y para remediarlo se dispuso a predicar su doctrina. Sus comparaciones eran definitivas y claras. Así, al preguntarle cuál era la espada más afilada, el fuego más devorador, la miel más dulce y las tinieblas más densas, contestó: -La espada más aguda es la palabra, el peor fuego es la lujuria, la miel más dulce es la sabiduría, y la oscuridad más negra, la ignorancia. Numerosos hombres dispuestos a dejar el mundo siguieron a Buda, se raparon la cabeza y pronunciaron la fórmula de renunciación: "Me refugio en Buda, en su ley en su comunidad". Cuando llegó el momento de morir se tendió en el suelo y se durmió. Los árboles que estaban secos echaron flores y sus pétalos se abrieron en una lluvia delicada que cubrió su cuerpo.
Buda había penetrado en el nirvana. Los brahmanes opusieron una tenaz resistencia a admitir la doctrina de Buda, pero el budismo pronto se extendió por la India y el en siglo III, reinando Asoka, sus monjes y emisarios se desparramaron por todo el país. Aunque su doctrina sea casi una pura negación, un renunciamiento total, numerosos monjes comenzaron a estudiar la nueva moral y los conventos proliferan rápidamente. Afirman que existen dos caminos de santificación: El Mahayana, según el cual el número de budas es infinito y el alma del Iluminado puede encarnarse en cualquier persona como ocurre con los lamas del Tibet. Numerosas ceremonias y ritos regulan esta rama del budismo o "gran camino". El Hinayana, llamado también "pequeño camino". Según él, para entrar en el nirvana no es preciso que Buda se encarne en nosotros, sino que basta reencarnarse sucesivas veces hasta merecer el nirvana. La serie de reencarnaciones y purificaciones puede ser muy larga. La primera forma de budismo es propia del Tibet, China y Japón, mientras la segunda está más extendida en Ceilán, Birmania e Indonesia. Cuando los mahometanos invadieron la India en el siglo XII, el hinduismo había asimilado gran parte de la doctrina de Buda y entonces se produjo un choque entre los seguidores de Mahoma y los fieles al Iluminado. En China penetró más lentamente porque era una religión extranjera y la influencia de Lao-Tsé y de Confucio eran grandes, pero en el siglo III, Wu-Ti protegió la nueva enseñanza.
Fa Hian empleó seis años en recopilar en chino las "sutras" donde se narraban las enseñanzas del Gautama. En el siglo VI se introdujo en el Japón, gracias al hábil recurso de afirmar que el emperador era una encarnación de Buda, por lo cual era posible ser budista y sintoísta al mismo tiempo. En el siglo VII se propagó en el Tibet, gracias a la protección de la viuda de Srougstan-Gampo, fundadora de Lasha. El lamaísmo, en el siglo VII, desenvolvió la idea de la reencarnación. El Gran Lama no era sino una encarnación de Buda que se introducía en un niño de corta edad. Al morir el Lama, los monjes tibetanos tenían que buscar un nuevo Lama, para lo cual poseían señales y pruebas especiales que sólo a ellos eran reveladas. En el Tibet un tercio de la población vivía en conventos y eran monjes. Su piedad había degenerado tanto que bastaba la manifestación externa, como en el caso de los cilindros de oraciones que se mueven mecánicamente, y cada vez que el cilindro da una vuelta, es como si el monje o el fiel rezara la oración. La repetición incansable de la plegaria tibetana: Om mani padme um (Oh, joyel de los lotos) se refiere a Buda, pero es ya un murmullo sistemático sin fe, sin el espíritu profundo del Gautama. En 1949 el Lama, que se había refugiado en la India durante la segunda Guerra Mundial, regresó al Tibet, pero estuvo en Lasha por poco tiempo, ya que los comunistas chinos ocuparon la gran meseta y puede asegurarse que el lamaísmo, una forma especial del budismo, está en trance de extinción, o por lo menos de una transformación profunda.

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