jueves, 8 de abril de 2010

CHINA (El Celeste Imperio)

Es el país con la civilización más antigua que se conoce.

Al principio la religión China versaba y se creía en un Ser Supremo denominado, Sublime Cielo, creador de todas las leyes y autor de todas las cosas. Se le inmolaban víctimas propiciatorias, generalmente un buey, y se llamaba su atención encendiendo hogueras en la cumbre de las montañas.
Para adivinar el porvenir se quemaban tortugas. Por las crepitaciones y el humo se conjeturaba el tiempo venidero.
El culto a los manes o dioses del hogar, la devoción a los muertos y el respeto a los superiores, especialmente a los ancianos, eran también de primordial importancia.
La religión china de todos los tiempos ha sido una mezcla de muchas creencias íntimas y con un aderezo de filosofía.
El elemento primordial de esta concepción trascendente de la vida era el Tao, es decir, “El orden, y la armonía entre la materia y el espíritu”, algo indefinido, que lo mismo presidía el crecimiento de las plantas, ó que impulsaba a los espíritus a obrar correctamente. Inmersos en el Tao se encontraban todos los reglamentos, de las disciplinas y los dogmas que regían la cortesía, y el trato con el Emperador y sus ministros, con los mayores, con los padres y familiares, incluso con los animales.
El principio masculino era Yang simbolizado en el Cielo, y el femenino era Yin, la Tierra. De esta unión surgió no sólo una inmensa cantidad de dioses menores, y geniecillos diversos, sino la sistematización de la vida entera, porque en China todo estaba previsto: los días de luto y de fiesta, las horas de reposo y diversión, las reverencias a los superiores, el simbolismo de las flores o el ritual del té.
Las divinidades secundarias poblaban los bosques, gobernaban la lluvia, el viento, la tempestad, y gracias a ellas fermentaba el pan, estaba sano el ganado, se llenaban los pozos, florecían las plantas y por su culpa también enfermaban los niños y se perdían las cosechas.
El culto era sólo una fría y perfectamente reglamentada disciplina. Otro aspecto de su religiosidad estribaba en la veneración a los antepasados, muy distinta de la egipcia. En China, el familiar que había emigrado al reino del más allá era reverenciado en la intimidad del hogar y a lo largo de diversas festividades anuales.
La veneración del cuerpo y la fe en su supervivencia habían sido sustituidas en China por la seguridad tranquila de que el espíritu familiar convive realmente con la familia, toma parte en sus alegrías y de un modo directo informa y participa en todos los actos del hogar.
En China el hombre más desgraciado no es el que fallece sin sepultura, sino aquel que muere sin descendencia.
Casi al mismo tiempo aparecieron dos reformadores religiosos cuyas doctrinas ejercieron una influencia decisiva en la vida del pueblo chino ellos fueron: Lao-Tsé y K'ung-Fu-Tsé (Confucio).

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